Pregón de Semana Santa de Alcaracejos 2009, por Sebastián Muriel Gomar.

Portada del Pregón.
 Con el permiso del Sr. Párroco, Autoridades, cofrades, amigos que me acompañáis en este templo, señoras y señores.

Cuando en la segunda mitad del mes de enero sonó el teléfono en mi casa, de manera instintiva lo cogí. Una voz de mujer próxima me preguntaba si la conocía. Mi memoria auditiva, rápidamente, repasaba tonos y timbres de voces conocidas. En mi recorrido de pronto me paré…hola, hola,….qué sorpresa… ...perdona pero no esperaba tu llamada….¿todo bien?....si, si…..te llamaba porque hemos estado reunidos y ….queríamos proponerte que fueras el pregonero de la Semana Santa del pueblo.

Me quedé mudo y perplejo. De repente la boca se me secó. Mi cuerpo se paralizó y una fuerte emoción se apoderó de mi…..A duras penas respondí que yo sabía muy poco de la Semana Santa, que llevaba años fuera, que no era el mas indicado,….Mis titubeos no lograron impresionar a aquella voz que indicaba tensa espera y me decía que hiciera lo que pudiera. En medio de mi gran duda se me pasó por la cabeza que los caminos del Señor son inescrutables. Toda la fuerza de un Dios hecho hombre se puso delante de mí. Sentí Su Presencia. Experimenté sobrecogimiento y temor. Poco a poco, en mi interior, los misterios se hicieron un poco más claros, la incertidumbre se tornó en una débil luz, la inseguridad se difuminó y accedí. Nada malo podría pasarme. Los dos meses largos que quedaban, la inestimable ayuda de un compañero de Hinojosa, el trabajo, la colaboración y el ánimo de varias de vosotras y de mi familia – unidos a la fuerza que proporciona el Espíritu - harían todo lo demás. Hoy, doy las gracias públicamente ya que el Pregón me ha servido para reflexionar y acercarme – de manera importante – a la figura de Cristo.

Pregoneros de Cristo también fueron el Ángel Gabriel en la Anunciación, los Magos de Oriente ante Herodes, el anciano Simeón y la profetisa Ana en el Templo, Juan Bautista en el Jordán y, por supuesto, el anónimo porteador del cartel acusatorio camino del Calvario, quién, a voces, proclamaba sin saberlo, el sentido profundo de la Redención cristiana: Muere por llamarse a si mismo “Rey”.

Jesús anuncia su propia Pasión. Así lo podemos encontrar hasta por tres veces en el Evangelio según Mateo (16, 21; Mt.17,22 -23 y Mt. 20, 17-19) donde se recoge que “ El Hijo del hombre será entregado a los pontífices y escribas, y lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles para que se burlen de Él y lo azoten y lo crucifiquen; pero al tercer día resucitará”.
No es mi intención compararme con pregoneros de las Sagradas Escrituras, es evidente que quedaría muy por debajo, pero si quiero dejar claro que lo importante es el mensaje de Dios. El mensajero – salvo en el caso de Jesús – ocupa un lugar secundario en este tipo de situaciones.
Mi anuncio es que en unos días celebraremos el fundamento esencial de nuestra Fé: Jesús, el hijo de María, humillado y muerto en la Cruz ha sido glorificado por Dios, resucitando para la salvación del hombre. Cambió el ritmo del tiempo, giró el sentido de la historia y de la justicia, desplazó a gente de “su sitio” afirmando que los últimos serán los primeros, transformó creencias y costumbres y llenó nuestra vida de esperanza.

Con Él entraremos en Jerusalén en medio de Hosannas y palmas, sentiremos la angustia y la soledad en la noche de Getsemaní, recorreremos nuestras calles abrazado sin fuerzas a su Cruz, nuestra Cruz, escucharemos el estremecido silencio de un Cristo Yacente en aparente muerte porque es Vida y en la mañana del domingo asistiremos a una Resurrección llena de gloria y esplendor.

Y siempre presente, discreta y aparte, una mujer, su Madre, transida de Dolores, revestida de Soledad y de silenciosa Amargura, siguiendo a Jesús porque era la voluntad de Dios.

JESÚS ACLAMADO COMO “SALVADOR”: ¡HOSANNA! ¡ HOSANNA!

Corre el año 20 del emperador romano Tiberio, en cuyo nombre gobierna Judea Poncio Pilatos desde hace algunos años. Es el mes de Nissán, primer mes del calendario judío. En él se celebra la Pascua. Es día 9, domingo. Herodes Antipas, Gobernador de Galilea, está en la ciudad. Ha venido para cumplir con el precepto de orar en el Templo de Jerusalén.

Hace días que multitud de judíos venidos de toda Palestina y de lejanas colonias acuden, como todas las primaveras, para celebrar la gran fiesta de la Pascua. Por Jerusalén van a pasar miles de personas que se acomodan, según su posición, en casa de familiares, amigos o en aldeas cercanas. El ambiente es bullicioso y alegre. La gente se divierte en estos días y también acude al Templo para orar y ofrecer sacrificios. Cambistas y mercaderes de todo tipo organizan sus pequeños negocios aprovechando la llegada de tantos peregrinos.

Los romanos extreman la vigilancia en la explanada del Templo y alrededores temerosos de que algunos patriotas judíos exaltados (zelotes) promuevan disturbios y algaradas. Judea es un territorio ocupado por la fuerza y no sería la primera vez. Además están sobre aviso porque los saduceos y algún fariseo del Sanedrín se lo han hecho saber. La complicidad entre Pilatos y Caifás, Sumo Sacerdote, aparece como telón de fondo.

La división social y económica es una realidad muy clara en Jerusalén. Por un lado están los saduceos que representan la hidalguía, la nobleza, la grandeza, la riqueza y la alcurnia. Junto a ellos los fariseos son la clase media, económicamente estable pese a la opresión romana. Son dos grupos minoritarios que romanizados conviven en comunidad de intereses con el invasor. Dentro de la comunidad judía encarnan el poder económico, social y religioso. Necesitan al pueblo, pero en el fondo lo desprecian.

Por otro lado están los modestos artesanos, los campesinos, obreros sin oficio, gente desocupada, mendigos etc.…forman el grupo más deprimido y desesperado, lo peor de la sociedad, la escoria, los rechazados por la tradición judaica. Son la “gente de la tierra”. Los zelotes – grupo organizado entre ellos – son los más sospechosos de organizar actos de protesta y sublevación. Desde hace tiempo esperan la llegada de un Mesías que los libere.

La mañana avanza y por el camino de Betania la gente echa a correr. Están alegres, se abrazan, gritan…..algunos cogen ramas del Huerto de los Olivos. La gente se acumula, se empuja junto a la Puerta Dorada….agitan sus ramos…aclaman al Galileo. Esperaban que viniese, como buen judío, a celebrar la Pascua en Jerusalén. La multitud unifica sus voces y los ¡Hosanna! se multiplican. ¡Sálvanos, por favor! Es el grito con que, en el Salmo 118 se pedía ayuda a Dios en la victoria frente al enemigo. Le aclaman como “el esperado”. “Ha llegado el que nos va a liberar”, comentan.

De esta forma, Jesús fue recibido y aclamado como alguien que iba a liberar al pueblo judío en lo religioso y en lo patriótico a la vez. De ahí el gozo y el entusiasmo popular.

El contrapunto no se hace esperar. Lo relatan los tres primeros evangelistas, con lo acontecido en el interior del templo, en el atrio de los gentiles.

“Jesús entró en el templo y se puso a echar a los que vendían y compraban allí. Volcó las mesas de los cambistas y los puestos de los que vendían palomas diciéndoles: - Escrito está “mi casa será casa de oración”, pero vosotros la habéis convertido en una “cueva de bandidos”…….se le acercaban los ciegos y los cojos y Él los curaba…..los niños gritaban en el Templo “Viva el Hijo de David”. Así lo describe Mateo. Marcos termina diciendo: “los sumos sacerdotes y los letrados se enteraron; como le tenían miedo…..buscaban la manera de acabar con Él”.

¿Cómo explicar este comportamiento de Jesús?

Hemos de considerar que la institución más importante de Israel era el templo de Jerusalén. Era símbolo del poder religioso, político y económico. Resultaba normal que en los días previos a la Gran Pascua aumentase el movimiento de gente, el continuo deambular de forasteros. Este ambiente era aprovechado por cambistas y mercaderes. De ahí la mezcla del comercio con el incienso y la quema de perfumes, de ahí la mezcla de las ofrendas a Yahvé con los negocios. Todo esto hacía prevalecer un ambiente de fiesta más propio de una feria que de un Templo.

Pero además administrar los fabulosos tesoros del Templo constituía detentar un poder máximo. Ese negocio estaba ahora en manos de la familia de Anás, saduceo que había sido Sumo Sacerdote, cargo que ahora desempeña su yerno Caifás. El Sanedrín controla las ofrendas. Era imposible poner en evidencia el “entramado” religioso del templo sin ofender al poder político o económico.

Jesús arremete contra los que negociando en nombre de Dios, practican la idolatría del dinero y del poder. Quiere ponerlos en evidencia. Es arriesgado pero lo hace. Al mismo tiempo denuncia “el cumplir por cumplir”. Prefiere la misericordia a las ofrendas y sacrificios. Entiende que la Religión es algo más que una colección de normas y preceptos sin corazón. “Desde entonces los notables intentaban quitarle de en medio”, dice textualmente San Lucas.

“PASE DE MI ESTE CÁLIZ”

Terminando la tarde del jueves este Cristo de la Oración en Getsemaní se nos hace mas humano todavía. Hasta tres veces se acerca a sus más íntimos. Está sólo. Necesita compañía. “¿ No habéis podido orar conmigo ni siquiera una hora?, les dice.

    Es un momento impresionante por su soledad y su angustia. Reconocemos en Él a un Cristo que siente miedo ante lo que puede llegar. Busca apoyo: “Me muero de tristeza. Quedaos aquí y estad en vela conmigo”.

Pese a toda su vulnerabilidad, reafirma su fe en el Padre: “No se haga mi voluntad sino la tuya”.

Dios no elimina la voluntad del hombre, podemos elegir y Cristo como hombre, elige. Cristo es un Dios de Vida para la Vida. No quiere la muerte. Puede evitar el trance pero lo acepta y pide al Padre que le ayude a superarlo.

“….QUE CADA CUAL CARGUE CON SU CRUZ Y QUE ME SIGA”

Es viernes, día 14, víspera de la Gran Pascua. Las buenas gentes, el pueblo sencillo, desconcertado, no entiende porqué han apresado al Galileo. Por orden de Caifás los guardias del templo le han cogido en las afueras, contando con la complicidad de la oscuridad de la noche. Al parecer el Sanedrín estuvo reunido toda la noche en casa del Sumo Sacerdote. Otros afirman que Jesús fue sacado por un grupo de soldados y algunos fariseos del Palacio de Herodes. Sus amigos no están con él. Está solo.

Una sirvienta del Pretorio asegura que Pilatos entregó “al Galileo” al centurión de la guardia y está retenido en la cámara de tortura del cuartel. Afirma haber hablado con uno de sus amigos, pero este negó tres veces que lo conociera y desapareció. La mujer sigue contando con detalles lo que han hecho con Jesús.
Circulan rumores de que el gobernador va a soltar a un preso. Las santas mujeres, acompañadas por Juan “el preferido”, caminan deprisa hacia el Pretorio, fortaleza de Pilatos. La gente se agolpa, forcejea, se empuja y espera…nadie quiere perderse un detalle.

Caifás, Sumo Sacerdote, sale con disimulo por la puerta trasera del palacio quebrando la rigidez de la ley mosaica: visitar – un día como hoy – a un romano (gentil) en su casa. Ha pactado con Pilatos la muerte de Jesús.

La farsa continua…..¿A quién queréis que suelte a Jesús o a Barrabás?....Los sumos sacerdotes – dice con claridad Mateo – convencieron a la gente que pidieran a Barrabás y que muriese Jesús”.

Fueron los poderosos los claros culpables de la muerte de Jesús. Se aliaron con los opresores romanos y deformando los hechos, maquinando, negociando….consiguieron su objetivo: eliminar a quién perjudicaba sus intereses y ponía en peligro su sistema. No fue el “pueblo judío” quién mató a Jesús. Pilatos es el último responsable, por mucho que se lave las manos.

Cristo camina por las empinadas calles de Jerusalén. Angustiado y silencioso abraza el madero de su muerte. Carga con su Cruz. Cada paso le cuesta más, pero sigue en el camino de nuestra liberación. Carga con nuestra cruz….Nuestras injusticias, incomprensiones, egoísmos y nuestra falta de amor pesan sobre sus hombros … Cristo hizo su trabajo y nosotros como cristianos comprometidos con Él, debemos de hacer el nuestro: seguir su ejemplo.

Hay un espeso silencio al paso del dolorido Nazareno solo roto por la fustigante voz del pregonero “Jesús Nazareno, Rey de los Judíos”. Lentamente atraviesa la ciudad, hacia el Gólgota. A un tal Simón de Cirene que volvía del campo le forzaron a llevar la Cruz, ayudando así a un Jesús exhausto. Cargó con ella a regañadientes y, sin saberlo, fue el primero que le siguió. Algo debió de ocurrir en su interior camino del Calvario. San Marcos recoge que sus hijos, Alejandro y Rufo, eran conocidos entre los primeros cristianos.

El Calvario – lugar de la calavera – pequeña colina en las afueras de Jerusalén se ha convertido en el escenario del gran abandono. Ya nadie le cree. ¿No era este el Hijo de David, el Mesías?¿Dónde está su poder?

El centurión le despoja de su túnica. Cristo espera pacientemente el momento del suplicio. La humillación, la vergüenza y el escarnio que provoca su desnudez rozan lo insoportable. “Se repartieron mi ropa y echaron a suerte mi túnica”.

MIRAD EL ÁRBOL DE LA CRUZ

“Era media mañana cuando lo crucificaron. En el letrero estaba escrita la causa de su condena: EL REY DE LOS JUDIOS”. Así lo escribe San Marcos, joven testigo que ocultándose, escapó la noche del prendimiento.

La cruz, el más cruel y denigrante suplicio era la pena de muerte destinada a esclavos, homicidas, ladrones y, sobre todo, a rebeldes y subversivos. A diferencia de los griegos, que amarraban al reo, los romanos lo clavaban. Así, cuatro gruesos clavos sujetaron a Jesús a la cruz. La tortura, el dolor, un cuerpo estremecido y la intensa hemorragia provocaron …..“Tengo sed”.

Impresionantes son las siete frases con las que Cristo se acerca a su hora final. En la primera todo un Dios pide el perdón de sus verdugos: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Él sabe que no es culpable, por eso pide el perdón para ellos, sus asesinos, porque están equivocados y desconocen lo que están haciendo. Una Caridad infinita y una Misericordia infinita se hacen presentes en medio de tanto dolor: no hay límites ni fronteras para el perdón de Dios.

Sus últimas fuerzas las empleó en un grito desgarrado de dolor y de fe: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Y dicho esto expiró (Lc.23, 46).

Sí, Aquel que nos reúne aquí esta noche es un crucificado, un marginado muerto en un macabro patíbulo. Dios se reveló en Jesús crucificado y 20 siglos después su mensaje sigue ahí. La soberbia y el egoísmo de hombres y mujeres parecen no tener fin. Jesús con su aceptada Pasión y su ilimitada entrega es la mejor referencia en este convulso mundo. Resulta increíble que dos maderos cruzados sean fuente de Esperanza y de Vida. Cristo con su entrega y sufrimiento transformó dos secos maderos en un hermoso árbol con frutos eternos: El perdón de todas nuestras miserias y el gozo de su compañía a través de los siglos.

UN SEPULCRO NUEVO PARA JESÚS

“Antes de que las luces faltaran”, José de Arimatea, “persona buena y honrada que aguardaba el reino de Dios” se atrevió a pedir a Pilatos el cuerpo de Jesús. El Pretor, llama al centurión ejecutor y siente ansiedad y miedo ante lo que el fiel soldado le cuenta que sucedió en el momento de la expiración. Se siente inseguro y más por desasosiego que por remordimiento permite al de Arimatea que retire el cuerpo y lo entierre. Es consciente de que su decisión puede enfadar a las autoridades judías pues los ajusticiados son enterrados en la fosa común que hay en el Gólgota, pero Jesús va a ser enterrado en un nuevo sepulcro que José tenía preparado para él.

Rápidamente bajan el cuerpo, lo lavan, lo ungen con mirra y áloe, lo envuelven en una sábana y lo depositan en la fosa del sepulcro. Lo acompañan Nicodemo y las mujeres María de Magdala y la otra María, la madre de Santiago. El domingo pasada la Pascua, volverán para terminar de embalsamarlo. El pequeño grupo desciende por la colina afligido y desesperanzado. En la ciudad, la fiesta va a comenzar.

Todo se ha cumplido. Un Cristo muerto, inerte, yace en silencio…pero nosotros sabemos que su muerte es pasajera…El poder de Dios lo devolverá a la Vida para Esperanza y Luz de todos los hombres.

MARÍA MUJER Y MADRE DE DIOS

La presencia de las mujeres en la Pasión de Cristo es incontestable y significativa.

Fue una desconocida romana la que intenta salvarlo ante Pilatos. Mateo, (27, 19) así lo recoge “Deja en paz a ese inocente, que esta noche he sufrido mucho en sueños por su causa”.

En la Vía Dolorosa “Muchas mujeres se golpeaban el pecho y gritaban lamentándose por Él” nos dice Lucas (Lc.23, 27).

Es en esa misma vía donde el apócrifo “Evangelio de Nicodemo” sitúa el encuentro de Jesús con la Verónica.

En el Gólgota, ya agonizando Juan. (19,25) escribe “Estaban junto a la Cruz de Jesús su madre; la hermana de su madre, María de Cleofás y María Magdalena”.

Cuando, con cierto miedo y rapidez hay que bajarlo de la Cruz para conducirlo al sepulcro, apunta Mateo: “Estaban allí María Magdalena y la otra María, sentadas frente al sepulcro”. Las mismas que “a la vuelta prepararon aromas y ungüentos” (Mt.27, 61; Lc.23, 56).

Por el testimonio de Maria Magdalena, mujer de baja condición social, comienza a abrirse camino una renovada y fuerte Fe.

Cristo resucitado se aparece primero a las mujeres. ¿Reconocimiento? ¿Gratitud? El caso es que sucedió así.

Las mujeres, débiles y llorosas en la más burda expresión machista, son las únicas que se atreven a dar la cara hasta el final. Su fidelidad, su saber estar ante el dolor, su capacidad para acompañar y confortar quedan de manifiesto en la Pasión de Cristo. La práctica totalidad de los discípulos, permanecieron escondidos.

Esta presencia contundente de la mujer queda resumida en la figura de Maria, Madre de Dios. Una mezcla de sabiduría y piedad popular a través de los siglos lo recoge por medio de Madre de Dolores, Madre de Amargura, Madre de Soledad unida a Madre de Vida y Esperanza.

“Siete espadas rompen su corazón y el corazón del pueblo se estremece al contemplarlas”.

Desde finales del siglo XV las espadas simbolizan los Dolores de la Virgen y son ocasión de meditación, especialmente en el rosario. Siete es un número que en lenguaje bíblico es símbolo de plenitud o totalidad. Representan siete momentos culminantes de los Dolores de la Virgen.
1ª.- La Profecía de Simeón.-
“A la entrada del templo Simeón tomó a Jesús en brazos y decía maravillas de Él. Luego le dijo a María su Madre: “Mira, este está puesto para caída y resurgimiento de muchos en Israel, y para señal que será objeto de contradicción – y a ti una espada te atravesará el alma – para que queden patentes los pensamientos de muchos corazones”.(Lucas 2, 34-35)

2ª.- La huída a Egipto.

“Levántate, coge al Niño y a su madre y huye a Egipto, quédate allí hasta nuevo aviso, porque Herodes lo busca para matarlo” (Mt. 2, 13).

3ª.- La pérdida de Jesús Niño en Jerusalén.

“ Hijo,…¡mira con que angustia te buscábamos tu padre y yo!.
- ¿Por qué me buscáis?. ¿No sabíais que yo tenía que estar en la Casa de mi Padre?”. (Lc.2, 48-49).

4ª.- El encuentro con Jesús camino del calvario.

Camino del Calvario una gran muchedumbre de pueblo lo seguía; y también las mujeres, las cuales iban llorando y lamentándose por Él. Vuelto Jesús hacia ellas, les dijo: “ Hijas de Jerusalén, no lloreis por mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos”.(Lc. 23,28-29).

5ª.- La muerte de Cristo en la Cruz.

“Estaban junto a la Cruz de Jesús su madre; la hermana de su madre, María de Cleofás y María Magdalena”. Cuando Jesús vio a su Madre, y de pié junto a ella al discípulo a quién Él amaba dice a su madre: “Mujer ahí tienes a tu hijo”.( Jn 19,26).

La 6ª espada se clava cuando descienden a Jesús de la Cruz y lo colocan muerto en brazos de la Virgen.

La 7ª y última cuando lo sepultan.

Observemos que estos siete dolores están en relación con Jesús, porque el sufrimiento de María proviene de su total comunión con el Redentor. Sus corazones eran y son uno. Es por esta unión que los sufrimientos de Cristo, son los de Su Madre, y los de María, son los del Corazón de Cristo. Entre ellos hay una perfecta reciprocidad en el amor y en el dolor.

Posiblemente en su dolor María no entienda, no comprenda. Pese a todo, como sierva fiel, espera y confía en su Señor.

“……..VANA SERÍA NUESTRA FE”    ( I Cor. 15 – 17)

La vida en su mera perspectiva humana, sin Dios, tiene menos sentido. Dios Padre se manifiesta en Cristo resucitado. Todos los evangelistas recogen el pasaje de la Resurrección. El miedo, el temor y la soledad van dejando sitio a la Esperanza, la Alegría y la Compañía: “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de los tiempos” (Mt,28-20). Cristo quiso que las primeras que gozaran de su visión fueran las mujeres. Luego sus discípulos.

En pleno siglo XXI la Resurrección de Cristo sigue vigente pues representa la victoria del Amor sobre el egoísmo, la victoria de la Vida sobre la muerte, la victoria del Perdón sobre el rancio rencor, la victoria de la Fe sobre la incredulidad, la supremacía de la Humildad ante la soberbia, el triunfo de la Unidad frente a la división, la superioridad del Espíritu frente al cuerpo…en definitiva el triunfo de lo Divino sobre lo humano.

El Señor resucitado se hace visible, real,…..pero nosotros tenemos que tener abiertos los ojos, la mente y el corazón para poder apreciar su presencia. Desde nuestra pequeñez esperemos y confiemos en Él para resucitar con Él.

En cierta manera, Resucitar es elevar nuestro espíritu sobre el trabajo diario, es rezar, es preocuparse por los demás, es compartir, es escuchar, es tener un hueco para los que más lo necesitan…en definitiva es incorporar en nuestro día a día todo lo que Cristo nos enseñó ya que “Dios resucitó y nosotros somos testigos” (Hch. 3,15).

Que la Virgen de Guía, contenta con la Resurrección de su Hijo, sea faro en nuestro diario caminar y nos ayude a disfrutar de un espléndido Domingo de Resurrección.

Muchas gracias.

Alcaracejos, Viernes de Dolores, 3 de abril de 2009



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